Se apagaba el atardecer, resignado a morir,
y en el cielo despertaba colorido el crepúsculo,
hermoso, pero inmensamente vacío sin ti,
porque en tu ausencia, se ahogó mi sonrisa.
El viento giraba en la espiral de nuestro pasado,
surcando el recuerdo, cicatrizado en el tiempo,
ante mi silencio, gritaban los sentimientos barridos,
abriendo un nuevo horizonte a mi huérfano corazón.
La felicidad y la amargura son las dos caras del amor,
eterno entre nosotros, va mutando sin peligro de extinción,
y para entender el amor, ¡tuve que gozarlo sufriendo!,
soportar lo padecido, y perder todo lo conseguido.
Cuando la llama está encendida, ¡conmueve el deseo!,
¡pero cuando se apaga!, el amor proyecta sombras,
con palabras vacías, miradas furtivas, versos que gritan,
y marchitado el corazón, el barco navega a la deriva.
Y cuando el amor termina, ¡ya no somos los mismos!,
aparecen la soledad, la tristeza y el vacío, buscando asilo,
la vida se abre paso amaneciendo sobre mi corazón desierto,
y vuelvo a empezar, labrando mi destino en nuevo camino.
Llega el día después de su paso fugaz, ¡todo parece extraño!,
aquellas noches que se escurrían entre mis manos,
aquellos pasos sin rumbo por el camino del olvido,
y todas las cosas que ocurrían, que apenas entendía.
En el amor todos somos vulnerables, seamos o no ateos,
aparece como una brisa llena de sueños, ilusiones y alegrías,
arranca con fuerza y deseos, hasta que se esfuma su magia,
y se aleja como el viento, sin paradero y repleto de lagrimas.
Al final, muere mi corazón de tristeza, tras larga agonía,
muere desangrado en tus ausencias, lleno de impotencia,
¡y sin piedad!, fue enterrado entre el polvo de mis sueños,
empezando el destierro de todas las ilusiones que contigo tenía.
Copyright © Ricardo Miñana 2010